El espíritu del tiempo by Martí Domínguez

El espíritu del tiempo by Martí Domínguez

autor:Martí Domínguez [Domínguez, Martí]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-04-10T00:00:00+00:00


* * *

Ya en el coche, de camino a Cracovia, la doctora estaba eufórica:

—Estoy segura de que entre los niños seleccionados hay un porcentaje muy alto de regermanizables. ¡Qué suerte hemos tenido llegando a tiempo! Seguro que Himmler se alegrará mucho con mi informe. ¡Es admirable cómo la sangre aria se ha mantenido visible a pesar de los años transcurridos! ¡Como si nos estuviera esperando!

Pregunté de dónde provenían.

—De familias polacas. A los padres los han enviado a trabajar a las fábricas alemanas. Muchos de ellos a la fábrica de munición DWM de Posen. Pero los pequeños solo producen problemas, no sirven de nada y hay que tratarlos… Tenemos una gran falta de mano de obra, y hay que aumentar la producción como sea. Nos jugamos mucho en estos momentos. Por eso en este cargamento solo venían niños.

La doctora resopló, notando mi turbación. Y me dijo, fijando sobre mí sus ojos grises:

—Hemos salvado unos pocos. ¡Ha sido una buena acción!

Y comenzó a reír.

—¡Vaya cara de miedo ponía el Scharführer con la llegada de su superior! Porque al principio no me quería dejar pasar ni a echar un vistazo. He tenido que mostrarle la autorización del Reichsführer. Me decía que no lo comprendía, que tenía órdenes estrictas. He tenido que enfadarme. ¿No es cierto, Posselt?

El oficial se giró y movió la cabeza afirmativamente. Estaba pálido, como si hubiera visto un fantasma. La doctora continuó.

—En el informe explicaré lo que ha sucedido, para que inmediatamente pongan medidas y filtros y que no se vuelva a producir. Realmente es inconcebible. Todos los niños de esta zona deberían ser adecuadamente analizados antes de ser sometidos a cualquier acción.

Le pregunté a Posselt qué opinaba de lo que había visto. El oficial balbuceó nervioso, y finalmente contestó que prefería no dar su opinión. Aquello produjo un silencio incómodo. Y se vio forzado a explicarse:

—Pensaba que estos campos estaban mucho más escondidos. Este de Belzec está a unos pocos metros de la población, muy cerca del mercado, donde los nuevos colonos vienen a comprar cada día. No sé si lo podría soportar. Ver pasar esos trenes, el olor, y en fin, todo el resto…

Sin embargo, como si se lo hubiera pensado mejor, añadió:

—Estos soldados de los campos son unos héroes, no me cabe duda. Unos héroes que trabajan en la sombra, con muy poca ayuda, realizando un trabajo muy ingrato, y a pesar de todo llevan admirablemente su cometido. Luchan por un ideal superior y están dispuestos a dejarlo todo aparte, cualquier sentimiento que haga peligrar el éxito de su misión.

Aquellas impresiones agradaron a la doctora, y se dirigió a él con su tono profesoral.

—Untersturmführer Posselt, déjeme que le diga unas palabras, respecto a lo que acaba de comentar. En realidad, todos servimos al Führer, y cada uno de nosotros desarrolla su labor, abnegadamente, como las obreras de una colmena de abejas. Somos todos iguales, pero todos tenemos nuestra misión, y solo tenemos que rendir cuentas al Führer. En este sentido, y entendiendo bien lo que quiere decir,



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